La mejor manera de terminar la noche
Desde pequeña siempre he sido una
niñita pervertida. Desde que descubrí el sexo me fascinó el poder que tiene
sobre las personas, la forma como la voluntad se doblega ante el deseo.
Solamente los espíritus más elevados pueden resistirse al instinto de abandonarse
al placer, y por ello, casi cualquier cosa que sucede a nuestro alrededor lleve
implícita una connotación sexual que la define y que la condiciona.
Me fascina ver a un hombre
sucumbir al deseo. Terminan siendo marionetas indefensas; y lo mejor, es que
durante el juego, casi todos tienen la falsa ilusión del poder, de tener la
situación bajo control; cuando la realidad es que están a merced de nuestro
capricho. Por eso sé que el erotismo es una verdadera fuente de poder.
Desde chica entendí que podía
tener a cualquier hombre a mis pies, literalmente. Mi primera víctima fue mi
tío Alejandro. Cuando llegaba del cole solía tumbarme en el sofá a ver la tele,
me descalzaba y entonces disfrutaba jugueteando con mis pies. Al principio no
tenía malicia alguna, pero poco a poco me di cuenta que mi tío tenía
fascinación por hacerme masajes en mis pies. Yo me divertía un montón con sus
cosquillas y pasando mis pies por su rostro para que los oliese. Él a modo de
juego me decía que apestaban, pero se dejaba molestar todo lo que yo quería.
Me di cuenta que ya no era un
juego inocente cuando una tarde, mientras veíamos la tele, coloque mis pies en
su entrepierna y sentí por primera vez que algo duro y grande estaba allí
oculto. Mi tío estaba muy nervioso, sudaba y estaba rojo, pero no despegaba la
vista de la televisión. Yo por mi parte también me sentí nerviosa, pero
curiosamente disfrutaba de lo que estaba sucediendo.
A esa edad yo tenía nociones muy
efímeras sobre lo que era el sexo, pero ya había experimentado el placer que se
siente el tocarse una misma mientras tomaba una ducha y también estaba ya al
tanto de lo que los chicos tenían entre sus piernas y sobre todo lo que mamá
repetía con mucho énfasis: que ahí no me podía tocar nadie y que yo no podía tocar
a nadie allí. Así que esa tarde era consciente que la situación no era
adecuada. Aquel día simplemente actué como si nada estuviese sucediendo;
simplemente movía disimuladamente mis pies, poco a poco, para rozar toda la
extensión viril del miembro de mi tío, que en ese momento ya lo podía apreciar
sin disimulos.
La historia con mi tío evolucionó
de una forma interesante, pero esa es una historia que luego contaré con
detenimiento. La cuestión está en que gracias a él entendí que los hombres
pierden la cabeza por las mujeres, de formas muy diferentes y fascinantes.
Descubrí que cada parte de mi cuerpo era un objeto de adoración para ciertos
tipos de hombres. Unos, como él, se vuelven locos por mis pies, por olerlos y
lamerlos; otros por mis nalgas, por mis tetas, por mi ano, por mi vagina e
incluso por mis axilas y su olor. Así que si tienes el don de descubrir cuál es
el fetiche que cada hombre posee, puedes hacer de él tu esclavo personal.
Claro, no voy a negar que
nosotras también sentimos una fascinación irreductible por algunas partes
específicas del cuerpo masculino. La mía son básicamente dos, los traseros
grandes y los glandes rojos y lubricados cubiertos de un lindo prepucio. Y lo
que no puede faltar, un buen chorro de leche caliente disparada directamente a
mi rostro; esa es la guinda del pastel.
Hay muchas mujeres que lo
encuentran desagradable y hasta humillante, pero como todo, depende del ángulo
en que se le observe y para mí, más que una explicación racional, es
sencillamente una cuestión de que en cuanto pienso en un pene bien erecto
eyaculando sobre mí, de inmediato se me moja la vulva y me comienza a palpitar.
Y para rematar, algo que a pocas les parece
excitante pero que a mí me alucina: el sexo con un desconocido.
Así que os voy a relatar algo que
me sucedió hace un par de noches. Mis amigas me invitaron a una de las
discotecas de moda de la ciudad. Obviamente todas nos arreglamos guapísimas. Os
daré los detalles mientras relato la escena. Al comienzo todo estaba normal,
pedimos tragos, bailamos, nos pusimos al día con nuestras cosas y nos reímos un
montón observando a los chicos que poco a poco se nos iban acercando.
Cada hombre cree tener un técnica
o un estilo de seducción que le permite triunfar con las mujeres, y muchos se
afanan por aprender nuevos trucos, argumentos, situaciones; pero la realidad es
que nada de lo que puedan hacer tiene peso sobre nuestra decisión. Cuando se
trata de conquistar mujeres atractivas, con un autoestima fuerte y con cerebro,
lo mejor que un hombre puede hacer es nada; ¡si, nada! Porque lo mejor es ser
el mismo, actuar con naturalidad y seguridad y al final todo dependerá de lo
que cada una de nosotras esté buscando en ese momento.
Esa noche se me acercaron muchos
hombres. Unos con la actitud arrogante del chulo del barrio, otros con esa
actitud graciosa de “hola soy buen tipo, quiero ser tu amigo, te haré reír”
¡Por Favor!, otros con la típica frase “¿te puedo invitar un trago?”, como
queriendo hacer alarde de riqueza. En fin, y con el respeto que merecen los
caballeros, solo se me acercaron capullos con ganas de follar.
Ya bastante aburrida de la
situación salí a fumarme un cigarrillo a una terraza que da hacia una hermosa
plaza. Había algunos grupos bebiendo y riéndose estrepitosamente; ya saben,
haciendo el tonto y pasándola bien. Yo me acerqué a una barandilla que daba
sobre una avenida y más allá, sobre el rio Guadalquivir. La vista era preciosa
así que me quedé absorta contemplando las luces de la ciudad que se reflejaban
sobre las aguas en movimiento. No sé cuánto tiempo pasaría hasta que un chico
me interrumpió.
-Perdona, ¿tienes mechero?
-¡Si! –Respondí- dame un minuto.
Había dejado caer el mechero al
interior de mi bolso así que me tocó echar mano y comenzar a pescarlo entre la
multitud de tonterías que las mujeres llevamos en las carteras. «Sé que está en
alguna parte», comenté mientras sonreí avergonzada por mi desorden.
-No te preocupes, soy fan de
Mary Poppins… quizá tengas muchas sorpresas dentro de ese bolso –respondió
riendo con picardía.
Me hizo gracia su respuesta
ingeniosa, así que de inmediato entre en confianza. Una de las cosas más sexys
que puede tener un hombre es un sentido del humor inteligente, que además da
visos de su grado de cultura.
Cuando por fin apareció el
mechero se lo entregue risueña. «¿Te importa si fumo aquí contigo?» preguntó
tranquilamente. «¡Para nada!» respondí de inmediato.
El chico saco un cigarrillo liado
y lo encendió. De inmediato pude sentir por el aroma que aquello era marihuana.
Cuando el olor se hizo evidente el chico se giró y me dijo «espero que no te
incomode que fume hierba aquí contigo». Simplemente sonreí y no respondí nada.
Entonces comenzamos a hablar. Por el acento me di cuenta que era un chico
extranjero, creo que de Colombia. Era alto y blanco con cara de intelectual. La
conversación era sencilla y amena así que un momento me arriesgue y le dije
«¿me dejas fumar un poco?». El chico sonrió y me extendió el porro. «Es todo
tuyo» respondió.
El efecto no tardó en aparecer. A
los pocos minutos estábamos riéndonos y conversando de cualquier tontería. La
estábamos pasando muy bien y de pronto me preguntó si quería regresar a la
disco a bailar un poco. Creo que fue lo mejor que se le pudo haber ocurrido. Además
yo de inmediato sentí unas enormes expectativas porque todo el mundo sabe que
los chicos latinos bailan muy, pero muy bien. Así que al momento estuvimos los
dos en la pista de baile. La disco estaba a reventar y solo había gente
desconocida para mí, así que podía darle el lujo de bailar como me diera la
gana.
Más a nuestro favor la música que
sonaba era reggaetón del que está de moda. Comenzó a sonar una canción de
Maluma y el chico me dijo al oído «ese man es de mi ciudad», haciendo
referencia a que él también era de Medellin.
-¿Entonces bailas cómo él? -le
pregunté riendo.
-No sé si como él, pero de seguro
te gusta como bailo…
Y de inmediato se pegó a mi
moviéndose como lo dioses. Yo no sé si el efecto de la hierba habrá contribuido
a potencializar mi extroversión en el baile, pero debo admitir que si el chico
movía las caderas yo no me quedaba atrás. Comencé a moverme lentamente, al
ritmo de la música, y poco a poco me iba acercando más a él. De pronto giré y
le di la espalda mientras me contoneaba con depravación. No tardo un segundo en
tomarme de la cintura y pagarse a mí. Después de eso me desconecte por
completo. No sé lo que pudieron haber pensado las personas que estaban a
nuestro alrededor (creo que cada quien estaba en lo suyo) pero estoy segura que
si alguien hubiese prestado atención, se hubiese puesto cachondo solo con verme
pegada a este tío, restregándole mi culo con desparpajo.
Cuando comencé a sentir la
erección de su polla fue la gloria para mí. Incline mi cabeza hacia atrás
dejándole acceso para que su boca se acercara a mi cuello y como si se lo
hubiese ordenado telepáticamente, el colombianito comenzó a rozar con sus
labios el lóbulo de mis orejas. A los pocos segundos ya estaba besando mi
cuello, mordiendo mis orejas, mientras que con sus manos exploraba poco a poco
mis caderas, mi abdomen, mis nalgas e incluso se aventuraba a rozar con mucha
elegancia mi pubis.
Así que ahí estaba yo, arrebatada
y moviéndome como una perra en celo, rodeada de cientos de desconocidos que
podían haberse estado deleitando con el espectáculo que estábamos dando y lo
que hice fue comportarme con el desparpajo más obsceno que había tenido en la
vida. Sin pensarlo dos veces giré el rostro y busqué con mi boca la suya y en
lo que los labios se unieron, aproveche para mordérselos suavemente, al tiempo
que juntaba mi lengua húmeda con la suya. Su reacción no se hizo esperar.
Mientras yo me abandonaba con los ojos cerrados a ese morreo a saco, con su
mano se aventuró a entrar debajo de mi falda y a buscar directamente mi
conchita. Con una maestría indescriptible logró correr a un lado mi tanga y me
imagino la menuda sorpresa que tuvo que llevarse al descubrir que yo estaba
hecha un pozo abierto de flujo y humedad. Entonces se dedicó enfáticamente a
rozarme el clítoris. Era tanta mi excitación que estaba fuera de mí. La
sensación era tan desbocada que no podía percibir si me estaba tocando
fuertemente o con suavidad. Lo único que sabía era que con cada movimiento todo
mi cuerpo se estremecía. La concha no me dejaba de chorrear, el ano me comenzó
a palpitar frenéticamente, los pezones se me erectaron a un punto que me hacían estremecer con el
simple roce de mi blusa.
Cuando introdujo un dejo en mi
concha ya no pude más. Me despegue de él y le cogí de la mano, entonces
comenzamos a caminar a paso frenético. Ni siquiera me detuve a buscar mis
cosas, que a todas estas estaban en la mesa de mis amigas. Simplemente me dirigí
hacia el exterior de la discoteca, recordando que al otro lado del centro
comercial habían unos servicios que a esa hora nadie usaría, y si así fuese
dudo mucho que se incomodaría con lo que pensaba hacer allí dentro.
Llegamos y pasamos sin
percatarnos siquiera de si había personas adentro. De inmediato nos metimos en
una cabina y comenzamos a morrearnos salvajemente. Le metía la lengua lo más
que podía mientras el con sus manos ya había levantado mi falda y se dedicaba a
estrujar mis nalgas con fuerza. Entonces yo hice lo propio con mi blusa. De un
tirón me la baje y deje al aire mi dos tetas que a ese punto se iban es
estallar por lo endurecido que tenía los pezones. Él no dudo en comérmelas en
lo que se percató de ese manjar que le ofrecía. Mientras tanto yo ya estaba
dedicada a masajearle la polla por encima del pantalón. En mi mente solo podía
pensar en el momento en que ese glande viscoso e inflamado se fuese abriendo
paso por entre los pliegues de mi vulva, así que comencé a desabrocharle el
cinturón y a bajarle la bragueta. En nada ya lo tenía entre mis manos. Tieso,
caliente, vibrante, con una venas protuberantes que le adornaban todo el tallo,
y en la cúspide, un hermoso glande que se asomaba bajo la protección de su
prepucio.
Se me hizo agua la boca y si de
por si mi coño parecía un estanque, en ese momento sentí que un hilo de flujo
comenzó a colgar de mis labios menores hasta que por el movimiento terminó
pegado a uno de mis muslos. Ya estaba lista para que aquel recién conocido me
penetrase, pero entonces se me ocurrió algo que pondría a prueba su grado de
perversión.
Deje de besarlo y me separé unos
cuantos centímetros y mirando directo a los ojos, con mi mejor voz de puta le
dije «¡quiero que me chupes el culo!» Su reacción fue apoteósica. Sin pensarlo
un segundo me tomó de la cintura y me hizo girar hasta que quede de espaldas,
entonces con una mano hizo presión sobre mi espalda para que me inclinase hacia
adelante. En ese momento cerré los ojos y cruce mis brazos sobre el tanque de
la poceta. Él se agachó y rápidamente me hizo separar las piernas y con sus
dedos estiró mi tanga hasta dejarla sobre una de mis nalgas, despejando el
acceso hacia el interior de mis nalgas, donde mi esfínter esperaba palpitante y
sudoroso. Supongo que aquel chico estaría tan arrebatado por la hierba como lo
estaba yo, porque no tuvo ningún tipo de pudor al pasar su lengua por mi culo
como si se tratase de un exquisito manjar. No sé cuánto tiempo duro comiéndome
el ano, lo que si se es que nadie había metido su lengua a tal profundidad como
él lo hizo. Técnicamente me estaba sodomizando con su lengua y yo me estaba
muriendo de placer. Como pude alcancé mi vulva con una de mis manos y comencé a
masturbarme. Creo que me estaba frotando el clítoris tan duro que no tarde ni
un par de segundos en explotar en un inmenso orgasmo que me hizo chorrear flujo
como si hubiese roto fuentes. Ha sido uno de los orgasmos más prolongados que
he tenido en mi vida, así que mientras mi concha se estrujaba de placer, apoye
una mano sobre la pared y con la otra lo tome de la cabeza e hice presión para
que su lengua entrase a lo más profundo de mi recto. Me imagino que aquel chico
le costaría trabajo respirar en esa situación, pues tenía su rostro
completamente sumergido entre mis nalgas.
Al instante se incorporó, y sin
miramientos frotó su glande contra mi concha un par de veces, como queriendo
mezclar mis flujos con sus líquidos seminales y en seguido introdujo sin
clemencia su polla hasta el interior de mi coño. Mientras el glande se iba
abriendo paso hacia el interior, podía sentir como iba estimulando con el roce
las paredes de mi vagina. Era una sensación enloquecedora. Con cada embestida
las piernas y todo el cuerpo me temblaba como si estuviese experimentando una
convulsión, entonces se vino mi segundo orgasmo, el cual no pude contener y
estalle en una retahíla de gemidos e improperios. ¡Joder tío, que polla tan
divina!
Supongo que el chico notó lo
desaforado de mi éxtasis porque sin ninguna vergüenza retiro su polla de mi
coño y la dirigió directamente a mi culo. Si no hubiese sido por la
circunstancias en que estábamos follando jamás me hubiese dejado penetrar el
culo por un desconocido, pero a esas altura yo estaba completamente posesa de
un deseo incontrolable, así que ni siquiera me inmute cuando aquel miembros
palpitante comenzó a introducirse en mi recto.
Si había disfrutado mientras me
penetraba el coño, mientras me iba enculando aluciné. El también bufaba de
placer como una bestia. Era sencillamente indescriptible, pero antes de que él
se corriera, yo me vine en un tercer orgasmo que me hizo sacudir el cuerpo por
completo mientras sentía un corrientazo que me subía y bajaba por la espina
dorsal que hizo que se me grifaran todos los bellos de cuerpo.
No lo pude resistir más, tuve que
sacar esa polla de mi culo o me iba a dar un infarto. Así que me giré y lo pude
observar completamente, estaba hermoso, viril, como un macho cabrío y sus
pupilas en sus cuencas estaban completamente desorbitadas, como poseído e
inconsciente. Entonces de inmediato me puse de rodillas y sin importarme el que
hacía unos segundos su miembro estaba inserto en el interior de mi recto, me
dediqué a comerle la polla como si se me fuese la vida en ello. La escena era
surreal. Ahí estaba él, de pie y sostenido con sus manos de las paredes del
cubículo y yo de rodillas frente a él, con las piernas abiertas, la falda
levantada en mi cintura, con la tanga hacia un lado y el coño y el ano
palpitantes al aire, mi par de tetas fuera de mi blusa y chupándole la verga de
arriba abajo como si fuera el último día de mi vida.
De pronto el chico tomo mi
cabello con una de sus manos y suave pero enérgicamente tiro mi cabeza hacia
atrás, mientras que de inmediato tomó su pene con la mano que tenía libre y
comenzó a pajearse descomunalmente mientras que yo con mi lengua y con mis
labios presionaba desesperadamente su glande.
Mi recompensa no tardó en llegar.
El chico reculó unos centímetros y mientras soltó un bufido de toro bravío un
chorro de leche se proyectó directo a mi rostro, impactando con su viscosidad y
tibieza. Luego otro directo a mi garganta, y otro más a mi frente y así perdí
la noción de toda la leche que salió expelida por doquier, dejándome
completamente bañada en semen.
El chico se desplomó contra la
puerta y yo extasiada me senté sobre la poceta. Allí, exhausta y recobrando la
conciencia podía ver como el colombiano languidecía y su miembro perdía
consistencia; mientras que yo con una mano acariciaba mi vulva inflamada y con
los dedos de la otra iba recopilando el semen que tenía sobre el rostro para
llevármelo a la boca.
Así que, una vez más, aquella fue
una experiencia que me hizo confirmar que una gota de semen cayendo por mi
mejilla era la mejor forma de terminar la noche.
Sajar Dalus.
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